"...Cuando cayó la noche y volvía a su cama, un viejo trapo peludo, miró una flor y en ella vió reflejados los rasgados ojos de la golondrina. Febril, fué al lago a beber agua, y en el agua también encontró a la golondrina que le sonreía. Y la reconoció en cada hoja, en cada gota de rocío, en cada rayo del sol crepuscular, en cada sombra de la noche que llegaba. Después, la descubrió vestida de plata en la luna llena, para la cual maulló y maulló dolorido. Ya era muy tarde cuando consiguió dormir. Soñó con la golondrina. Era la primera vez que soñaba desde hacía ya muchos años."

"...voló cerca, sobre el gato manchado, y lo tocó levemente con su ala izquierda. El podía oír los latidos del pequeño corazón de la golondrina Sinhá. Ella comenzó a elevarse y desde lejos lo miró. Era el último día de verano." Jorge Amado

El Hombre de Pekín

Hace tiempo leyendo un libro de Amy Tan (creo que era “La hija del curandero” y lo recomiendo con entusiasmo) encontré un fragmento de historia que me resultó muy interesante y cómico a la vez. No lo he olvidado, y ayer escuché algo relativo a este tema que me ha devuelto el interés y las ganas de saber más.

La anciana LuLing, protagonista de la novela, relata su infancia y juventud en una aldea cercana a Pekín a la que llama “Corazón inmortal”, y entre sus recuerdos, explica como, desde tiempos ancestrales, sus antepasados se adentraban en una cueva cercana para extraer un mágico ingrediente: huesos de dragón, animal mítico y sagrado por excelencia en la cultura oriental.

Mediante técnicas artesanales lo molían y convertían en polvo, mezclándolo después con otros ingredientes según el uso que quisieran darle.

Eran los años 20, y el hueso de dragón no sólo se utilizaba desde siempre para elaborar recetas medicinales con las que curar diversos males (como el paludismo), sino que también era el ingrediente fundamental para fabricar tinta. Esa tinta china tan apreciada en el mundo entero por sus cualidades de perdurabilidad, viscosidad y secado rápido.

Relata también cómo en un determinado momento llegaron a su pueblo unos investigadores extranjeros interesados en los huesos de dragón, cómo consiguieron sobornar a algunos habitantes de la aldea para que les mostraran el emplazamiento exacto de tan original ingrediente, y cómo cerraron posteriormente la cueva y prohibieron terminantemente a los lugareños acercarse.

Los huesos de Dragón no eran otra cosa que los restos del Hombre de Pekín, restos del Homo Erectus, el primer eslabón perdido que justificaba la teoría de la evolución.

Después, empezó la guerra con Japón. Y los restos del Hombre de Pekín desaparecieron para siempre y sin dejar rastro.

Buscando y rebuscando, encuentro la historia más o menos completa de este curioso hallazgo.

El descubrimiento.

La localidad llamada “Corazón inmortal” no es otra que Zhoukoudian, situada a 42 Km. al suroeste de Pekín. Y allí se encuentra la colina Longgu (Hueso de Dragón) y las cuevas a las que se refiere Amy Tan.

Durante años, los habitantes de la zona vendían a los extranjeros toda suerte de dientes de aspecto extraño o antiguo, pretendiendo que eran dientes de dragón, que curaban todo tipo de enfermedades y daban buena suerte a su portador.

En 1921, uno de esos dientes fue a parar, por puro azar, a las manos de un científico sueco llamado Johan Gunnar Andersson, quien, al observarlo, lo reconoció como perteneciente a un mamífero extinto.

Convenció a uno de los habitantes para que le llevara a lo que hoy en día se conoce como la “Colina del Hueso del Dragón”, y encontró unas cuevas llenas de huesos fosilizados. Empezaron a excavar y se dieron cuenta de que muchos de los restos que hallaban no eran otra cosa que molares humanos.

No fue hasta 1926 cuando se llevó los huesos a la Facultad de Medicina de Pekín, donde un anatomista llamado Davidson Black los analizó. (Gunnar Andersson era geólogo y buscó en Black la confirmación de que aquello que encontró era realmente humano).

Davidson Black era canadiense y profesor de anatomía. Desde su juventud, estaba interesado en la evolución humana.

En 1919, al licenciarse en el cuerpo médico del ejército canadiense, aceptó un puesto de catedrático en el Union Medical College de Pekín, encantado de su suerte, porque en esa época se pensaba que la clave del origen del hombre estaba en Asia. En 1924 fue nombrado Director del Departamento de Anatomía.

Y en ese año de 1926, el geólogo sueco y el anatomista canadiense publicaron su descubrimiento en la revista Nature y denominaron los restos encontrados como Sinanthropus pekinensis (Hombre chino de Pekín).


Con el fin de continuar con las excavaciones en el lugar y encontrar más fósiles humanos, Davidson Black buscó financiación en Occidente. A pesar de la inestable situación política y de que muchos occidentales abandonaban China en aquellos turbulentos momentos, recibió una generosa subvención de la Fundación Rockefeller que le permitió iniciar las excavaciones en 1927.

Logró reunir un equipo internacional formado por científicos procedentes de seis países diferentes. Poco después de iniciarse los trabajos se encontró un nuevo diente, perteneciente a un niño de 8 años, que venía a confirmar la autenticidad de los hallados anteriormente.

Sin embargo, basaba su tesis en muy pocos hallazgos materiales, por lo que muchos investigadores se mostraron escépticos sobre la existencia de una nueva especie. Para convencer a la comunidad internacional realizó un viaje por las principales ciudades europeas.

En 1928 se encontró media mandíbula inferior con tres dientes, y en 1929, por fin, un cráneo. Ese mismo año encontró el segundo cráneo.


Hacia 1929, los arqueólogos chinos Yang Zhongjian y Pei Wenzhong, y posteriormente Jia Lanpo, se hicieron cargo de la excavación (y a ellos se les atribuye el mérito del hallazgo por parte de las autoridades chinas).

Durante los siguientes siete años desenterraron fósiles de más de cuarenta especimenes de adultos, jóvenes y niños, incluyendo seis bóvedas craneanas casi completas. Se cree que el lugar era un sitio de enterramiento.

Así pues, el hombre de Pekín no hacía referencia a un solo individuo, sino al conjunto de fósiles humanos hallado en las cuevas de Zhoukoudian.

En 1930 Black volvió a viajar a Europa donde tuvo una mejor acogida que en el viaje anterior. Estos hallazgos confirmaron que el hombre de Pekín era un homínido pre-humano, y Black consiguió nuevos fondos de la Fundación Rockefeller, con los que pudo fundar el Laboratorio de Investigación del Cenozoico para continuar las excavaciones.
En 1932, Black fue elegido miembro de la Royal Society de Londres. También llegó a ser director del Instituto Geológico de China.

Gracias a sus estudios descubrió que sus fósiles eran muy parecidos a los del hombre de Java encontrados por Eugène Dubois, lo que confirmaba que el Hombre de Pekín era un homínido pre-humano.

Todas las piezas de los cráneos estaban rotas en pequeños fragmentos y no se encontró ninguna extremidad. A todos los cráneos les faltaba la superficie inferior de la caja craneana, lo que fue explicado por Black y algunos investigadores con la teoría de que el Hombre de Pekín era caníbal y se alimentaba de los sesos de su congéneres fallecidos.

Posteriormente se demostró que el Hombre de Pekín pertenecía a la especie Homo erectus. Los restos hallados databan de entre 500.000 y 250.000 años. En el momento de su descubrimiento fue considerado el primer "eslabón perdido" que justificaba la teoría de la evolución.

A diferencia de la mayoría de los occidentales de su época, Black opinaba que los fósiles descubiertos en China debían quedarse en China; siempre trató a sus colegas chinos como iguales, y supo ganarse su respeto.

Davidson Black murió en 1934 de un paro cardiaco mientras estaba trabajando solo de noche en su oficina. Llevó su pasión al límite de sus fuerzas.

Las excavaciones terminaron en julio de 1937, cuando los japoneses ocuparon Pekín durante la guerra. Los fósiles fueron puestos a salvo en el Laboratorio del Cenozoico de la Facultad de Medicina.

La desaparición.

Como los acuerdos firmados entre China y la Fundación Rockefeller prohibían que los fósiles fueran sacados del país, en julio de 1941 se llevan a Estados Unidos únicamente las fotos, los croquis y los moldes de los restos del Hombre de Pekín.

Pero en noviembre de 1941, el gobierno nacionalista de Hu Chengzi decidió finalmente enviar, tanto los fósiles del Hombre de Pekín como otros encontrados posteriormente, a Estados Unidos para protegerlos de la invasión japonesa.

Su secretaria y un ayudante chino embalaron los restos en dos cajas y las almacenaron en las dependencias de la Universidad.

En Diciembre del mismo año, la marina norteamericana se hace cargo del importante cargamento y lo traslada a un campamento a 200 Km. de allí, en la ciudad portuaria de Qinghuangdao .

La valiosa carga debía ser embarcada en un trasatlántico. Pero el 7 de Diciembre, día del ataque a Pearl Harbor, los japoneses rodean el campamento, obligan a los marines a rendirse y las cajas desaparecen.

Otras conjeturas sobre lo que ocurrió realmente con los huesos, incluyen la teoría de que se hundieron en el Awa Maru (barco japonés hundido “por error” por un submarino norteamericano y sobre cuya carga existen discrepancias).

La pérdida, ya de por sí desastrosa, hubiera sido del todo irremediable para los paleontólogos si no se hubiesen encontrado, por suerte, otros fósiles del mismo tipo en 1971, en la provincia de Guizhou, y en 1976 en la de Hebei.

Durante muchos años se intentó encontrar los huesos de 1921, pero sin resultado.

En 1972, el financiero estadounidense Christopher Janus, apoyado por Henry Kissinger, quien era entonces consejero personal del presidente Nixon, prometió una recompensa de 5.000 dólares a cambio de los cráneos perdidos o cualquier información “seria” sobre el asunto. Una mujer contactó con él pidiendo 500.000 dólares, pero no se volvió a saber más de ella.

En julio de 2005, coincidiendo con el sexagésimo aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno chino estableció una comisión encargada de encontrar los fósiles.

Y hasta hoy. Nunca se ha vuelto a saber nada del Hombre de Pekín, original y misterioso tanto por su hallazgo como por su desaparición.

¿Cómo era el hombre de Pekín?

El primer lugar de las excavaciones del Hombre de Pekín, en la colina Longgu, es una cueva calcárea.

Tras medio siglo de excavaciones, el foso supera los 40 m de profundidad, en 17 capas. El Hombre de Pekín se hallaba entre la tercera y la décimo primera, donde se exhumaron 6 cráneos, 15 maxilares inferiores, 150 dientes y fragmentos de huesos de las extremidades. Se puede determinar, por ello, que el Hombre de Pekín vivió hace entre 70 mil y 23 mil años.

Debido a la desaparición de los restos fósiles, los investigadores posteriores sólo han podido contar con los moldes y los escritos hechos por los descubridores y enviados a Estados Unidos en 1941.


Así, se sabe que su capacidad craneana llegaba a los 1075 cc, un 80% respecto de la de Homo Sapiens, y que en realidad se trataba de un cazador recolector.

Los fósiles hallados y posteriormente perdidos de más de 40 especimenes, explican que el Hombre de Pekín era de estatura pequeña, con las cuatro extremidades y el cuerpo muy parecidos a los del hombre actual. Podía erguirse y caminar. Sólo que su capacidad cerebral era dos tercios la del hombre contemporáneo. Las características de su cara son: cráneo achatado, frontal inclinado hacia atrás, prominentes arcadas de las cejas, nariz saliente y mentón reducido.

El descubrimiento de restos animales junto a los huesos y la evidencia del uso de fuego, para combatir el frío y para cocinar los alimentos, y de herramientas de hueso y madera, fabricadas con otras de piedra, sirvió para apoyar la teoría de que el Homo erectus fue la primera especie faber (hombre que hace o fabrica).

Los análisis llevaron a la conclusión de que los fósiles de Zhoukoudian y Java pertenecen a la misma etapa de la evolución humana. Este es también el punto de vista oficial del Partido Comunista de China.



Sin embargo, y a falta de los restos originales, desaparecidos tan misteriosamente, las interpretaciones han sido variadas y polémicas: en 1985 Lewis Binford, arqueólogo estadounidense y representante de la llamada Nueva Arqueología, afirmó que el hombre de Pekín no era cazador, sino carroñero. En 1998, el equipo de Steve Weirner en el Instituto Científico Weizmann llegó a la conclusión de que no hay evidencia de que el hombre de Pekín usara el fuego.

El caso es que las cuevas de Zhoukoudian fueron declaradas oficialmente Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en 1987.

Existe en Zhoukoudian el llamado “Museo de las Reliquias”, que se comenzó a construir en 1953, y en total abarca una superficie de 1.000 metros cuadrados. En este Museo se muestra la vida, el medio ambiente y las condiciones del hombre de Pekín, que existió hace 600.000 años, el hombre de Xindong, de hace 100.000 años y que se encontró posteriormente en el mismo yacimiento, y el hombre de las cavernas superior, de 18.000 años atrás.

En 2010, la Junta de Castilla y León firma en Shangai un acuerdo de coordinación y colaboración y un hermanamiento estable y duradero entre el Museo de la Evolución Humana de Burgos (Atapuerca como origen de los primeros homínidos europeos) y el Museo de Zhoukoudian en Beijing (Zhoukoudian como origen de los primeros homínidos asiáticos), así como entre las instituciones científicas relacionadas con ambos Museos.






Y hasta aqui llega por ahora la historia del Hombre de Pekín. Espero que te haya interesado tánto como a mi y que puedas ver la ironía del destino: como el ser humano es capaz de la mayor curiosidad y ansia de conocimiento y como puede perderlo todo por su avaricia y belicosidad.

Y también, porqué no, ¡hay que ver los chinos como le sacan partido a todo lo que se encuentran! ¡aunque sean pre-hominidos de 600.000 años de antiguedad! (no quiero saber lo que son realmente los nidos de golondrina que usan para casi todo....)

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